PLAYTIME

 





A pesar de ir avisado, y de haber visto sus anteriores (y posterior) películas, el PLAYTIME (1967) de Jacques Tati me pilló por sorpresa. Los rasgos fundamentales de la estética de Tati ya se encuentran, en mayor o menor medida, en sus trabajos previos, pero nunca (antes o después) con la radicalidad, el rigor y la organicidad de Playtime. Planos generales, fijos, con encuadres geométricos, dentro de lo cuales se desarrollan una o varias acciones, coreografiadas con precisión, interpretadas visualmente, con diálogos banales, sin apenas función narrativa: todo al servicio de producir una sensación para la que la palabra humor se me queda corta, y el termino poesía puede sugerir un trascendentalismo que no se corresponde. Tati nos convierte en flanneurs, y hasta voyeurs (ese edificio de apartamentos con ventanales como escaparates), disfrutando de un día de asueto en la ciudad, un Paris de pega, construido a escala real (Tativille), donde nos topamos con toda suerte de personajes (entre ellos, Monsieur Tati/Hulot, pero no de forma constante), protagonizando pequeñas vicisitudes, en un crescendo acumulativo de gentes y sucesos, que tiene su epítome en la secuencia de la caótica inauguración de un restaurante, pura orgía visual, para despedirnos a continuación subidos en un autobús desde el que contemplamos como el amanecer se funde con el crepúsculo mientras suena la maravillosa Opéra des jours heureux de Francis Lemarque.

THE CREATOR / MONSTERS




Con el cariño que le tengo a MONSTERS (2010) y las buenas vibraciones que me dejaron sus participaciones en franquicias (Godzilla, 2014; Rogue One, 2016 -pese a los conflictos-), me resulta penoso tener que admitir mi decepción con THE CREATOR (2023), la película que apuntaba a ser puesta de largo de Gareth Edwards como director-autor, pero que no logra refrendar las esperanzas puestas en ella. Monsters, el debut de Edwards, tenía el encanto de los productos modestos, en recursos (presupuesto ínfimo y rodaje de guerrilla) y ambición temática (una simple historia romántica, semi improvisada, en un contexto de invasión alienígena apenas mostrada), a los que una serie de elementos afortunados (la química entre los protagonistas, la atmosfera de la localización, el uso sensible de los FX, las lecturas posibles acerca de asuntos reales como la emigración y las fronteras) confirieron, eso, un encanto inesperado. Esa capacidad de embeleso está ausente, en cambio, en The Creator, con su estatus de gran producción y su guion dedicado al TEMA del momento: la IA. Narrada en un tono grandilocuente de gran drama, por un lado personal (la búsqueda del protagonista de su esposa que sólo él cree aún viva), y por otro universal (la lucha de las IA por ser aceptadas como iguales por los humanos), la trama se embrolla en un barullo de encuentros y desencuentros del héroe mencionado y la niña artificial (y arma definitiva en la guerra de humanos vs. IA) a la que protege, entre sí y con otros perseguidores y aliados. La falta de duende del héroe, John David Washington, parece apoderarse del relato, carente de ideas especulativas interesantes, y tan sólo la probada inteligencia de Edwards en la integración de los efectos especiales y el CGI en los ambientes rurales que predominan en la película, con sus reminiscencias del mejor cine bélico, logra formular algunas imágenes, si no insólitas, sí bellas. 



SPIROU: EL BOTONES DE VERDE CAQUI

 




La idea de devolver a Spirou a los años de su origen y enfrentarlo a las tribulaciones de la 2ª Guerra Mundial, no la tuvo primero Émile Bravo. En 1982, el guionista Yann Le Pennetier (que firma habitualmente tan solo como Yann) e Yves Chaland serializaron en la revista del personaje (y con un curioso formato de dobles tiras) una aventura ambientada con el habitual estilo retro del dibujante, aunque no fechada, que quedaría inconclusa cuando, tras un cambio en la dirección de la publicación, se decidió que la estética "anticuada" de Chaland podía producir rechazo entre los lectores más jóvenes. Para entonces, Yann ya había ideado una segunda historia, de la que Chaland sólo llegó a realizar unos bocetos: EL BOTONES DE  VERDE CAQUI. Más de veinte años después, en 2009 (un año después del Diario de un Ingenuo de Bravo) y tras haber realizado un par de colaboraciones tanto en la serie paralela (La Tumba De Los Champignag, en 2007, con Tarrin),  como en la principal (los Orígenes de Z, en 2008 junto a Morvan y Munuera), Yann rescató el guion abandonado y éste vio la luz con dibujos de un talentoso seguidor de Chaland: Olivier Schwartz. Ambos, y como en el relato de Bravo, nos presentan a Spirou, botones del Moustic Hotel, y a Fantasio, buscavidas sin fortuna, en 1942, en una Bruselas tomada por los nazis. Yann, sin embargo, es un creador con una personalidad muy alejada a la de Bravo. Desde sus inicios en la revista Spirou en los últimos años 70, destacó por su carácter corrosivo e iconoclasta que, en años posteriores, daría lugar a series dotadas de un humor negro de alto voltaje (y vida efímera) como Nicotina (protagonizada por un grupo de punks infectados de SIDA) y Lolo y Sucette (sobre un par de prostitutas), ambas con dibujos de Hardy y publicadas en España por El Víbora. Pero, a pesar de esta inclinación a lo caustico, también materializada en series paródicas del cánon aventurero, como Los Innombrables o Bob Marone, ha sido capaz igualmente de realizar continuaciones ortodoxas de series creadas por los grandes maestros, como Marsupilami, Gastoon (sobrino de Gaston), Chaminou, o Thorgal, aunque en este aspecto también ha visto algún intento frustrado, por salirse demasiado por la tangente, como su aportación a Kid Lucky, que no satisfizo al editor. Similarmente, su homenaje, junto a Schwartz, a tres héroes de la BD, en el álbum Gringos Locos, que narra el viaje de Jijé, Franquin y Morris en 1948 a los EEUU y Méjico, fue recibido con desaprobación por las familias de los autores mencionados. Este conflicto entre el respeto a la tradición y la tendencia a la ruptura, está presente también en El Botones de Verde Caqui. Si Bravo plantea un romance iniciático para Spirou de carácter puramente platónico, Yann lo expone al acoso seductor de una explosiva oficial alemana: el rechazo del joven se diría debido antes a la condición de nazi de ella, que a algún tipo de mojigatería. Fantasio, sin embargo, no mostrará reparo alguno en aceptar sus proposiciones. Por otro lado, el ambiente bélico está tratado por Yann con mucho menos dramatismo y verismo que en los álbumes de Bravo. Los alemanes de Yann son caricaturescos y risibles. La acogida y ocultación de paracaidistas británicos por parte de Fantasio, se convierte en un chiste recurrente. El grafismo y la puesta en escena de Schwartz, dinámicos y espectaculares, refuerzan el tono del relato que es, en todo momento, cómico y aventurero. Y fantástico: el Dr. Samovar, un científico rescatado de una de las primeras historietas de Franquin en la serie, combate a la aviación alemana mediante murciélagos cargados de explosivos y controlados con ultrasonidos. Este tono ligero y desdramatizado de la historia, dio lugar a una polémica. Joann Sfar, uno de los iconos de la Nouvelle BD, criticó en su blog el tono frívolo de la historia y, en concreto, una escena protagonizada por una adolescente judia que Spirou encuentra escondida de los alemanes y de la cual se ve separado, pero de quien permanece enamoríscado durante el resto del libro, cuyo tratamiento denota, según Sfar, una mirada caricaturesca de la mujer, del amor y de los judios, para la que llega a utilizar el término "antisemita", aludiendo incluso a trabajos anteriores de Yann. Una polémica intrincada (como se puede comprobar aquí:  https://www.actuabd.com/spirou-et-fantasio-une-polemique-vert-de-gris), y en mi opinión desafortunada. La obra de Yann y Schwartz, que tuvo continuación en dos álbumes más (La Luz de Borneo y La mujer Leopardo), aunque ya sin el trasfondo bélico, es muy distinta en pretensiones y logros a La Esperenza Ante Todo, pero igualmente excelente. Es divertida, ingeniosa y, sí, audaz; al tiempo que entabla un dialogo con el pasado y el futuro del personaje tan valioso como el de la obra de Bravo.



JOKER



 La peor idea que jamás tuvo Alan Moore, inventar un secret origin para, si no justificar, sí dar una motivación a la locura/maldad de lo que no debiera ser sino un avatar del mal en todas sus manifestaciones, es recogida y aumentada por JOKER (Todd Phillips, 2019). Como interpretación del personaje de los tebeos (unos tebeos destinados a un público infanto-juvenil, convendría no olvidar) es un despropósito monumental. Pero, aunque pasemos por alto esa premisa, cosa a la que juega la película (a ponerse por encima de su material de origen), sigue siendo un bodrio que aúna drama familiar culebronesco, psicoanálisis de chichinabo, discurso social sin pies ni cabeza (¿exactamente, por qué el proto-Joker se convierte en emblema de las revueltas?), tratamiento puramente estético de la sordidez (y de una estética imitativa, además), glorificación cínica del villano... Estoy seguro de que Joaquin Phoenix se lo ha pasado teta con este caramelito actoral, y Todd Phllips jugando a ser Scorsese, pero yo hacía tiempo que no me cabreaba tanto con una obra de ficción.



AGENTE STONE



 El que fuera varias veces guionista de los tebeos de Wonder Woman, Greg Ruca, y la mismísima Mujer Maravilla cinematográfica, Gal Gadot, se alían en una peli-para-plataforma, AGENTE STONE (Tom Harper, 2023). Una de agentes secretos, que presenta una organización clandestina que utiliza los palos de la baraja americana como nomenclatura, de forma similar a como ocurría en otra serie de comic-books escrita por Ruca (aunque no creada por él), Checkmate, en aquel caso con la de ajedrez. También hay una IA tochísima que predice el futuro, poco más o menos. Y, por supuesto, y a la manera cruisiana, está repleta de giros de guión y escenas de acción (incluidas las persecuciones con vehículos resistentes a cualquier trompazo). Pero, si no originalidad, la peli sí que ofrece buena escritura, buen rollo (nada del angst impostado de Cruise) y el carisma de Gadot (que prácticamente repite el papel que la hizo famosa).



LINCOLN



 En una rápida búsqueda, compruebo que LINCOLN (Steven Spielberg, 2012) fue acogida con bastante aprobación crítica (lo del público es otra historia: ya hace tiempo que el rey Midas perdió su corona). Yo coincido en que es una película excelente, pero no puedo soslayar un par de problemas que me ha generado. Por una parte, la actuación de Daniel Day-Lewis, interpretando al decimosexto presidente de los EEUU, me resulta molestamente forzada y artificiosa. Day-Lewis no sólo transforma su acento británico en el que supongo corresponde a los nacidos en Kentucky, sino que lo acompaña con una gestualidad (espalda encorvada, movimientos cansados, mirada desde abajo, media sonrisa semipermanente... todo como de viejo sabio a lo Yoda) que resulta antinatural y rayana en la caricatura. Por otro, el film dedica a su protagonista un tratamiento de veneración que no me parece que quede justificado en la narración. Bien está que el fin que persigue el gobernante, la aprobación de la Tercera Enmienda a la Constitución de los EEUU, que oficializaba el fin de la esclavitud en el país, sea digno de todo elogio, incluso si se consiguió, tal como se nos muestra (en un tono bastante humorístico, que remite a Capra y a Sorkin) mediante la compra de votos, pero no siento que esté plenamente explicada la admiración mesiánica con que está retratado el personaje, sobre todo para los que no hemos sido adoctrinados en ella desde la edad escolar. Insisto, no obstante, en que la película es sobresaliente, como no puede ser de otra forma tratándose de Spielberg. Y, más allá de las menciones a su inacabable inventiva narrativa, o a Kaminski o Wiliams, creo que hay que destacar la escena inicial, que es capaz de congelar la sangre con la plasmación de una batalla cuerpo a cuerpo cuyo realismo y crudeza superan, en poco más de medio minuto, a cualquier escena de Salvar al Soldado Ryan.



SPIROU: LA ESPERANZA PESE A TODO, 1-3




En Diario de un Ingenuo, primera aportación de Émile Bravo, a la serie conocida inicialmente (2006) como "Une aventure de Spirou et Fantasio par", luego renombrada "Le Spirou de" y actualmente identificada únicamente como Spirou a secas, el autor francés de origen español llevó a cabo una auténtica "vuelta a las raices", ubicando al personaje en el año 1939, sólo unos meses después de su creación por Rob-Vel, y a unas cuantas páginas del inicio de la Segunda Guerra Mundial (la invasión de Polonia ocurre un poco antes del final del álbum). El joven héroe, al que Bravo devolverá también su empleo inicial de botones de hotel, vive una serie de peripecias que, rocambolescamente acaban influyendo en el inicio de la conflagración bélica, cuyas consecuencias, para Spirou, para su Bruselas natal y para el mundo, se harán sentir en la tetralogía La Esperanza Pese a Todo, iniciada en 2018 y cuyo tercer tomo apareció en España hace unos meses. Coetáneo y compañero de estudio de los miembros de la denominada generación de la "Nouvelle BD" de los 90 del siglo pasado, aunque no se le suele incluir en la misma, quizás por haber desarrollado su carrera en grandes editoriales, sin haber pasado por los editores independientes (como L'Association, aglutinante principal del grupo), Bravo hace gala en su Spirou de las constantes que caracterizan su obra: su dedicación al público infanto-juvenil, su voluntad didáctica y moralista y su inquebrantable espíritu bonhomista. En el relato de Bravo, Spirou vive en sus carnes las fatalidades de la ocupación de su país, de la persecución a los insumisos y a los judios, de las restricciones, las deportaciones (está a punto de acabar en Austwitz), los bombardeos...  Bravo sitúa al héroe de ficción ante similares penurias a las que vivieron los responsables de que sus aventuras, que en su ficción siempre eludieron hacer mención alguna a esa dura realidad, pudieran ser gozadas por los pequeños, y grandes, lectores. 



En la vida real, el francés Rob-Vel, creador del personaje (junto a su esposa Davine y a Luc Lafnet), fue movilizado, herido y hecho prisionero. La familia del editor Jean Dupuis vivió la movilización o deportación de la mayoría de sus trabajadores, incluidos los hijos mayores, Paul -que también fue captivo de los alemanes- y Charles. También, las restricciones, el cierre de la empresa y un intento de huida del país, que acabó con el cabeza de familia exiliado en Inglaterra y separado del resto hasta el final de la contienda (dos semanas antes de su regreso a Bruselas, un ataque cerebral, mermó notablemente sus facultades). Los sótanos de los talleres de la editorial/imprenta J. Dupuis, Fils et Cie. sirvieron de refugio antiaéreo para la familia, los trabajadores y vecinos. En las viñetas de Bravo, el ingenuo idealista Spirou, se ve relacionado con la resistencia, y sus principios pacifistas se ven confrontados por la tesitura del recurso a la violencia. El codirector de la revista Spirou, René Mathews (yerno de Jean Dupuis) y el redactor jefe de la misma, Jean Doisy, fueron miembros destacados de la resistencia belga. Doisy camuflaba mensajes codificados en sus textos para la revista. Durante el periodo en que las autoridades alemanas negaron el permiso de publicación, Doisy tuvo la idea de asociarse con el marionetista Andre Moons para realizar espectáculos de títeres protagonizados por Spirou, Tif y Tondu y hasta un proto-Fantasio. Le siguieron versiones en guignol, similares a los que los propios Spirou y Fantasio emplean para ganarse unos francos en el relato de Bravo. El responsable de los decorados de los espectáculos de títeres, así como supervisor de la central bruselense del Club de Amigos de Spirou, Jean- Jacques Oblin, formó parte del grupo de saboteadores anti-alemanes conocido por Grupo G, junto a su esposa Josette. Ambos acabaron en campos de exterminio; él sobrevivió, pero ella no. Todos estos ecos entre la ficción y la realidad, confieren una resonancia especial a La Esperanza Pese a Todo, y le imbuyen de una profundidad inédita en el personaje. Pero Bravo no olvida cual es su público, ni cual es la esencia básica del personaje. Los sucesos, más dramáticos o menos, se suceden en una narración divertida, bienhumorada y trepidante. El aventurero Spirou vive su aventura, quizás, más intensa y emocionante, pero siempre sin perder su espíritu cordial y, pese a todo, esperanzado.